sábado, 24 de agosto de 2013

Jugos esnob y tratados perversos


“Qué te ofrezco de tomar?”, me preguntó mientras abría la nevera. “Te ofrezco agua, Coca-Cola, jugo de nar….”

“TROPICANA!?!?!?!”, dije cuando en la nevera vi el mismo envase de jugo de naranja que compraba cuando vivía en Harlem (Nueva York) e iba a ese súper mercado horrible llamado ‘Pathmark’ en el que una de las únicas cosas que se salvaban era precisamente ese jugo. Es verdad, el jugo estaba bien y era el único que entonces no tenía todo un panfleto de ingredientes en la etiqueta (y por eso mismo lo compraba, me parece tan absurdo como miedoso pasarse 10 segundos leyendo los ingredientes de un jugo de naranja que en realidad lo único que tendría que tener eso: naranjas).

Ahora, estar viendo en la nevera de esta persona en Bogotá el mismo envase de jugo que compraba en Harlem me pareció un escándalo. O sea, esta persona me estaba ofreciendo en Bogotá un jugo hecho con naranjas de California, cuando en cada esquina de esta ciudad hay un puestico con un señor exprimiendo naranjas o vendiéndolas “por tan sólo dos mil pesos”.

Qué hacemos cuando tenemos tan dentro de nuestro sistema ese esnobismo que nos hace preferir lo que nos traen de afuera por encima de lo nuestro? Si es que a ver, no estamos viviendo en Islandia donde probablemente tendrán naranjas un mes al año y no les debe quedar otro remedio que comprárselo a otro país; estamos hablando de Colombia, en donde no hace falta sino salir a la calle en Bogotá todos los días para encontrar naranjas frescas en cada esquina o bajar un poco a tierra más templada para arrancarlas directamente de algún árbol!

Así que los campesinos no sólo tienen que competir contra los bajos precios de muchos de estos productos importados, sino con nuestra precaria construcción mental y el esnobismo que no hace que entendamos a primerazo el absurdo que supone tomar todas las mañanas en Bogotá un jugo de naranja traído de California. Por supuesto, para cuando comencé a encontrarme jugos Tropicana en mis venidas a Colombia en los súper mercados de Bogotá, el TLC había sido recientemente aprobado.

Yo por mi parte desde hace algunos años siempre leo la etiqueta de los productos que voy a comprar, no sólo para ver que no me esté metiendo a mi cuerpo ningún tipo de basura industrial, sino para saber dónde fueron producidos. Cuando vivía en Harlem compraba el jugo Tropicana porque de verdad era el único que sólo ponía ‘naranjas’ en los ingredientes en la etiqueta, pero ni de broma compraría el mismo jugo en Bogotá mirando la etiqueta y viendo que es 100% naranjas DE CALIFORNIA!

Hace falta mucha conciencia, más información, más compasión y menos esnobismo. Podemos hacernos un gran favor a nosotros mismos y comenzar a consumir productos locales desde ya; y no sólo por el medio ambiente (será que se gasta igual combustible trayendo naranjas desde California a Bogotá que desde La Vega?), sino porque apoyando las industrias locales estamos haciendo un mejor país combatiendo este sistema que pretende masificar e industrializar absolutamente todo, destruyendo las posibilidades de los pequeños negocios y sometiendo a los campesinos a las leyes de los más poderosos.

 Pd: todo esto sabiendo que además muy probablemente a esta gente no le parecería ni la mitad de ‘cool’ comprar Tropicana si hubieran estado haciendo mercado conmigo allá en Harlem!

viernes, 9 de agosto de 2013

“Todavía no!”

Hoy fuimos a ver a Paquito al Blue Note con su grupo, y a pesar de que no tuve la cara para pedirle que me dejara alguien más en la lista de invitados, mis tres buenos amigos Magda, Marcelo y Pablo vinieron conmigo. Nos sentaron en lo que en Colombia elegantemente denominamos “gallinero” y disfrutamos de un concierto buenísimo,... en el que sin embargo nos quedamos esperando a que tocaran mi composición. “El siguiente tema es de un gran compositor latinoamericano”, decía Paquito después de tocar la segunda canción, y ya Magda me comenzaba a dar golpes en la espalda mientras yo preparaba la cámara, “... un gran compositor que conocí en 1957 en Brasil”. “Maybe the next one will be yours!”, me decía Magda emocionada. Así pasó todo el set hasta que presentó finalmente a los músicos en un tema alegre que claramente indicaba que el concierto ya se había terminado, y salieron los músicos del escenario. Nos quedamos con los crespos hechos y el bolsillo roto, pues no habían tocado mi composición y a mis amigos les salió carísima la noche. “Ah coño, tú estabas aquí!”, me dijo Paquito en el intermedio de los dos sets. “Yo no te ví y pensaba que estarías en el segundo set!”. Charlamos un rato con él y los músicos, y luego logré convencer al señor de la entrada que nos dejara quedar a mí y a mis amigos al segundo set sin pagar otra vez.

Salimos del club medio torcidos del hambre y nos comimos un increíble falafel que nos dio un respiro de los no tan amigables precios de la comida en el Blue Note, y volvimos al club en donde nos sentaron en una mesa un poco mejor que la que tuvimos en el primer set.  Los músicos volvieron a salir al escenario, y después del tercer tema Paquito presentó a Alex, el increíble pianista que toca con él, y en seguida continuó “I am very lucky to be surrounded by great pianists... This next piece is called ‘Todavía no’, which means ‘Not yet’, and is by a composer to whom I felt very attracted to last year. He is a concert pianist, a jazz pianist and a comedian” (Paquito llegó a mi música por el video de ‘Qué difícil es hablar el español’ que hicimos con mi hermano). “He is here tonight, if he has NOT YET been deported!... Juan Andrés Ospina, are you around?”. Marcelo, Magda y Pablo arrancaron a hacer ruido, y yo le hice señales con la mano indicándole dónde estaba mientras preparaba mi cámara para poder disfrutar de ese momento desde mi puesto escuchando mi mi música en manos de esos increíbles musicazos. Cuando me vio me dijo desde el escenario “Quieres tocar con nosotros? Vente pa’cá!”.  La verdad de saber que me iba a invitar habría repasado al menos una vez la canción, que no tocaba hace cuatro años! Salí en medio de la gente que me animaba a subirme, y cuando el pianista me dijo que la partitura estaba en el piano respiré profundo y me subí (de memoria seguro que habría sido un desastre).

Increíble, estar tocando con Paquito, Victor, Alex, Oscar, Mark y Pernel en el Blue Note, una composición mía. La memoria me traicionó en una parte y no pude seguir la partitura porque ni yo me acordaba de cómo seguirla, pero nadie se dio cuenta del pequeño lapso de duda que tuve y el tema al final salió súper bien. Bajé entre cálidos aplausos mientras Paquito decía “You have to keep writing! Keep writing great music!”

“Todavía no” fue una composición que escribí para una clase mi primer semestre en Boston. Durante un par de semanas estuve encerrándome en unos cuartos de piano cuando terminaban las clases, y me quedaba ahí hasta que me echaban a media noche para volver en bicicleta a mi casa en medio del frío bostoniano. Quizá en ese momento no me habría creido que un par de años después iba a estar tocando esa misma música en el Blue Note junto a Paquito D’Rivera, pero sí estaba convencido de lo mucho que creía en la música que estaba escribiendo. Cuando la compuse no estaba pensando en ningún premio, ni en el reconocimiento, ni en la nota que me iba a dar el profesor; estaba sumergido en el proceso creativo y en las ganas de darle vida. Siempre creí que hacer música desde ese lugar creativo y emocional era la respuesta a lo que todavía estoy buscando, y momentos como el de esta noche me hacen pensar que cuando se trabaja de esta manera al final se acierta. Hoy fue una noche muy especial, y me alegra mucho haberla compartido con cuatro buenos amigos con quienes vamos celebrando nuestros pequeños triunfos en este laborioso y duro mundo de la música, y ahora con ustedes.

Me voy, que son ya las 3.30am y tengo que estar en el aeropuerto a las 5am!
Salud!

viernes, 2 de agosto de 2013

Mundos y submundos

En el metro de la 14 con 8va avenida en Nueva York a veces está un señor tocando piezas clásicas muy complejas en un teclado. El tipo tiene una pinta rarísima: botas con estrellita de vaquero, un chaleco lleno de cosas colgándole, una gorra con una especie de linterna, bigotes largos blancos, un celular colgándole del cuello y una cuchara amarrada al pantalón. Toca sin parar en medio de la gente que pasa por lado y lado, y la música aparece y desaparece a medida que pasa y se va el tren. Me quedo mirándolo un buen rato, y en un momento veo que el tipo se da cuenta que alguien lo está oyendo. Sigue tocando, y de repente para y me grita desde lejos “I have been trying to learn this part for twenty years, and I think I finally got it!”. Me acerco y el tipo me cuenta apasionadamente en medio del barullo del metro toda una historia sobre Schumann y su mujer, y de la relación de la obra que está tocando con el momento en el que el compositor la escribió. Despidiéndome le doy la mano al intrigante personaje, y me voy con ganas de leer sobre Schumann mientras él se vuelve a sentar para seguir tocando su anónimo concierto. Sólo en Nueva York!