Si
alguien me encuestara acerca de lo que menos me gusta del invierno,
probablemente mi respuesta no estaría dentro de las posibles respuestas de
opción múltiple. Por los inviernos que pasé en Boston y los otros tantos que he
pasado en Nueva York, puedo decir que la nieve (a pesar de que puede llegar a
ser molesta), me sigue pareciendo un fenómeno muy bonito que como nativo
ecuatorial que soy no me he cansado de contemplar. En el mes de febrero el día
oscurece alrededor de las 5.30pm, pero finalmente es sólo una hora más temprano
que en Bogotá y por lo tanto tampoco llega a ser una gran molestia para mí
(aparte es una buena excusa para levantarme más temprano). Mientras la temperatura no baje de 5 grados
bajo cero, el frío me parece soportable y hasta me gusta la sensación del viento
helado pegándome en la cara, y cuando hace mucho frío pero el día está
despejado y soleado me encanta caminar por la calle.
Así que dudo mucho que mi respuesta hiciera parte del cuestionario: a mí lo que más me molesta del invierno es el calor. Mientras escribo esto estoy en un cuarto con una calefacción central (igual que en todas las casas en las que he estado en invierno por estas latitudes), y calcularía yo que aquí adentro debemos estar a unos 30 grados centígrados. Saben la sensación de calor que uno tiene cuando abre el horno para sacar la lasaña? Pues eso mismo se siente aquí, pero todo el tiempo. Absurdamente los apartamentos cuentan con un sistema de calefacción central -que por supuesto no se puede controlar individualmente-, y al parecer entre más frío hace afuera más se calientan las calderas. La opción más obvia es abrir la ventana, el problema es que el hilito de viento a -10 grados no se acaba de mezclar con el horno a 30 grados, y acaba siendo una sensación bipolar en el que por un lado uno tiene la espalda hirviendo y por el otro la punta de la nariz congelada.
Cinco
días en una habitación con calefacción central bastan para que uno tenga dolor
de cabeza todo el tiempo, la piel de los codos y las intersecciones en los
dedos descascarándose, y la garganta al despertarse más seca que si uno se
hubiese tragado diez yemas de huevo duro con galletas Saltinas. Diría yo que un
bebé de tres meses en condiciones de temperatura normales, tiene más
posibilidades de pasar la noche derecho que un adulto en este calor ultra seco
escuchando la sinfonía que interpreta la orquesta nocturna de la calefacción
central toda la noche! En mis años bostonianos creo que no había una sola noche
entre noviembre y marzo en la que en varios momentos no me despertara el que me
imaginaba ser un duende martillando con todas sus fuerzas el tubo de la
calefacción, o el sonido del agua hirviendo pasando por la tubería amenazando
con salirse y derretir todo a su paso.
Así que dudo mucho que mi respuesta hiciera parte del cuestionario: a mí lo que más me molesta del invierno es el calor. Mientras escribo esto estoy en un cuarto con una calefacción central (igual que en todas las casas en las que he estado en invierno por estas latitudes), y calcularía yo que aquí adentro debemos estar a unos 30 grados centígrados. Saben la sensación de calor que uno tiene cuando abre el horno para sacar la lasaña? Pues eso mismo se siente aquí, pero todo el tiempo. Absurdamente los apartamentos cuentan con un sistema de calefacción central -que por supuesto no se puede controlar individualmente-, y al parecer entre más frío hace afuera más se calientan las calderas. La opción más obvia es abrir la ventana, el problema es que el hilito de viento a -10 grados no se acaba de mezclar con el horno a 30 grados, y acaba siendo una sensación bipolar en el que por un lado uno tiene la espalda hirviendo y por el otro la punta de la nariz congelada.
Vista desde el cuarto en el que me estoy asando en Brooklyn. |
Soy yo,
o es un completo absurdo que en los meses más fríos del año el problema sea el
calor? Aquí el concepto del ‘Ying-yang’ se lo tomaron demasiado a pecho: si
afuera hace menos 30 grados no te preocupes, que para compensar te vamos a subir
la temperatura del cuarto a 30 grados para que te quedes tranquilo. En todo
caso yo preferiría ponerme tres pares de medias y un buen abrigo a tener que
comprar un humificador para no acabar como una serpiente cambiando de piel cada
semana (aparte de no sentir que estoy contribuyendo a este descomunal
desperdicio de energía!).
Y para
completar el cuento: una buena amiga que trabajaba cerca de Times Square hace
un par de años me contó algo que me resultaba (y me resulta) realmente difícil
de creer. En los meses más calurosos del año (de junio a agosto), la empresa en la que ella
trabajaba muy gentilmente le daba a todos sus empleados un aparato que
instalaban al lado de sus respectivos cubículos; estoy seguro que si les
preguntara qué aparato creen ustedes que era, jamás lo adivinarían.
Un
ventilador? No. Una hielera? No. Un abanico eléctrico? No.
Un
calentador.
(así de absurdamente alto ponían el aire acondicionado en el edificio!!!)
(así de absurdamente alto ponían el aire acondicionado en el edificio!!!)