En una de mis primeras visitas a Nueva York me
encontré una noche con dos buenas amigas de la infancia. Dando una
vuelta por Times Square me acuerdo que subimos a un hotel altísimo con
un restaurante giratorio en el último piso, únicamente intentando
asomarnos al ventanal (imaginábamos que los precios serían
completamente impagables arriba, y desde luego no estaba en nuestros
planes gastar nada que un estudiante sin un peso como nosotros podría
permitirse). Al llegar arriba vimos que para poder acercarse a la
ventana del restaurante había que consumir algo, con lo cual los tres
dimos vuelta y regresamos al ascensor. Por pura curiosidad eché un
vistazo a la carta pegada a la pared antes de bajar nuevamente a la
calle, y para sorpresa mía vi que había una cerveza que costaba algo así
como 15 dólares. “Estamos aquí con dos amigas de la infancia, así que
qué carajos”, dije. “Gastemos 15 dólares cada uno y sentémonos un ratito
a celebrar con esta vista giratoria de más de 50 pisos”. Animados nos
sentamos y conversamos un rato largo mientras disfrutamos de una
carísima pero meritoria cerveza, y por supuesto de una vista
impresionante y un muy emotivo reencuentro. Palidecí cuando a la hora
nos llegó una cuenta por alrededor de 100 dólares, y cuando ya me
disponía a levantarme a protestar por semejante error en la factura (y
que además atentaba duramente contra mi frágil economía), vi al final
del recibo, abajo del precio de nuestras cervezas y los debidos
impuestos, un número con el que no contábamos y que a los tres nos pateó
en nuestra insolente inocencia: había un “View Fee” (o en español, un
precio por la vista), que costaba 50 dólares.
Hoy me tomé una cerveza con unos deliciosos “tremoços” ante el imponente río Douro (Portugal) en compañía de Sofia Ribeiro. El “view fee” aquí me habría costado una fortuna, pero o se olvidaron de cobrarlo o en Times Square patentaron el concepto y aquí no lo pudieron implementar. Sea como sea, al final pagué solo dos euros.
Salud por las vistas “View Fee Free”!