Era marzo del año 2009, y para ese entonces mi amigo Marcelo tenía todos los martes un ‘gig’ en un restaurante que se llamaba “Buona Sera” en Union Square. Como tocar percusión durante tres horas podía ser
muy extraño sin tener ningún instrumento más, Marcelo siempre iba con un
invitado, y algunas veces fui yo a tocar el piano con él. Era muy poca plata para tres horas seguidas,
pero los dos estábamos comenzando en Nueva York y la comida era muy buena
(aunque solo podíamos escoger entre dos platos). La verdad es que nos
divertíamos tocando, y Marcelo siempre encontraba una manera musical e
ingeniosa de hacer parte de la percusión al tarro donde la gente nos dejaba
‘tips’; cosa que hacía que de vez en cuando alguien se percatara de su
existencia y nos dejara algún billete extra para equilibrar un poco el mal pago
del lugar. En abril Marcelo se fue a Argentina por un mes, y nos dejó a mí y a
mi amigo bajista Andrés Rotmistrovsky para que lo cubriéramos durante ese tiempo en su
particular gig de los martes.
Llegamos
con Andrés ese martes puntuales a las 6pm, y ya el dueño nos recibió con un aire muy
extraño. “Play something people know”, nos dijo algo
desafiante con su tono marcadísimamente italiano. “Claro”, le dije con buena
onda. “Si alguien le pide una canción en especial díganos, y si la sabemos con gusto la
tocamos”. Ya la cosa no había comenzado muy bien con la mala onda del italiano gigante, y tampoco mejoró mucho cuando me
di cuenta que habían movido el piano de lugar, y que en vez de dejarlo contra
alguna pared (precisamente era un piano vertical, también conocido como “PIANO
DE PARED”) lo habían dejado en medio del restaurante. Andrés conectó su bajo y
comenzamos con un tema conocido de Jobim, “So Danço Samba”. Terminamos y después de un tímido
aplauso de una de las mesas cercanas convesamos un poco y seguimos con lo único
que se nos ocurrió que quizá podia conocer la gente: “When I’m sixty four” de
Los Beatles.
Es verdad, yo nunca había tocado la melodía y
seguramente habré cometido algún errorcito. Pero tengo que decir que se hacía
todavía más difícil tocar bien por el hecho de que la tecla del Do justo del centro del
piano se quedaba pegada cada vez que la tocaba (lo que hacía que tuviera que
encontrar la manera de volver a levantarla mientras seguíamos tocando), y de que
tocar el registro medio y agudo del piano era más similar al chillido de un
gato después de haber sido accidentalmente pisado por alguien que al de un
piano (o en otras palabras, estaba demasiado desafinado). Sea como sea, ni bien habíamos parado de tocar cuando el dueño comenzó
a gritar como un loco desde el bar (al otro lado del restaurante).
“Ok!!!! Enough!!!! I don’t like it, you are done!!!!”,
gritaba enfurecido en medio de las miradas extrañadas de la gente que estaba comiendo.
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Nos llevó un rato entender qué carajos estaba
pasando y captar que el tipo estaba gritándonos a nosotros. Atónito y un poco nervioso me levanté
a intentar razonar con el tipo, que no hizo más que decirme que “le parecía el
colmo” y que “dónde mierda creíamos que estábamos”, al tiempo que me recriminaba que nadie nunca se había
quejado del piano y que nadie lo había tocado peor que yo (fue lo que me
dijo cuando le comenté que el piano estaba en pésimas condiciones).
Empacamos nuestras cosas y nos fuimos con una sensación de humillación muy desagradable, y tuve que
contenerme por no darle un buen portazo a la puerta de vidrio del restaurante
(no quería tener al italiano gigante ni llamando a la policía ni
persiguiéndome por Union Square con un bate).
Duré un par de días bastante desanimado y frustrado. Y aunque algunas veces fantaseé con la idea de pasarme por el
restaurante nuevamente y dejarle algún grafiti en la pared o romperle algún vidrio, a la larga entendí que todo
el episodio me sirvió mucho para entender lo importante que era para mí la
música y lo poco que me interesaba prestársela a situaciones tan
desagradables como esa. Jamás volví a pasar por ahí hasta la semana pasada, cuando mientras caminaba
con mi amigo Mario Chamorro tuve una extraña sensación de familiaridad con un lugar y capté de pronto que estaba pasando por en frente
al antiguo “Buona Sera”; en su lugar hoy en día hay un
restaurante llamado “Tortaría” con luces de colores donde no se ve el piano por ninguna parte, ni el italiano mala onda. Curiosamente no sentí ganas de grafitear la pared ni de romper ningún vidrio, y con toda la calma le conté a Mario el episodio sin mucho detalle como una anécdota suelta y sin mayor importancia. Los lugares guardan infinidad de historias que quedan atrapadas en la memoria de algunos pocos; esta nos quedó a esta esquina neoyorquina, a Andrés y a mí.
pd: Marcelo no volvió a retomar el gig cuando volvió a Nueva York, ni tampoco llamó al tipo para avisarle. Desde luego no es lo mismo que un buen portazo, pero algo es algo.
pd2: Si alguien conoce al antiguo dueño de “Buona Sera”, denle saludes mías
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¡Lástima no conocerlo (al dueño del restaurante italiano) me hubiera gustado poderlo insultar en su propio idioma: Stronzo, vaffanculo!
ResponderBorrarO un "bafanapoli"
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