sábado, 14 de junio de 2014

Diálogos para la paz y el trancón

La semana pasada iba con mi hermano por la calle, y en una esquina nos encontramos con un carro que no se movía. Logramos pasarlo, pero antes de seguir nuestro camino abrimos la ventana y le preguntamos de manera respetuosa a la señora que iba manejando que por qué no ponía las luces de parqueo. “Es que no voy a parquear”, nos respondió. “Y entonces porque está ahí quieta parando el tráfico?”, le preguntamos desconcertados.

“Porque me da la gana”, dijo.

Apostaría a que esta misma señora unas horas después en algún trancón muy seguramente pitó y madreó a más de uno reclamando alguna maniobra absurda: la cadena ilógica que se vive aquí todos los días. Todo el mundo reclama y esta con el pito y el insulto bajo la manga listo para bombardear a cualquiera que pueda violentarle sus derechos, su comodidad o su espacio, pero muy pocos se toman el trabajo de revisar su propia conducta para poder entenderse como parte de un problema más grande que uno mismo. La señora en su ejercicio de poder cotidiano, prefiere antes que pedir perdón, decir la primera imbecilidad que se la pasa por la mente: “porque me da la gana”, dice muy airosa.

Para mí no hace falta vislumbrar el panorama político para ser escéptico y pesimista; con salir a la calle y meterme en un trancón ya es suficiente. Es como si no existiera una consciencia colectiva, algo que le recuerde a la gente que forma parte de una sociedad y de un sistema que requiere que no todo el mundo vele únicamente por sus intereses personales. Pienso que la única manera de que las cosas aquí empiecen a cambiar es saliendo de este esquema individualista que nos impide ver la responsabilidad que tenemos todos dentro de esta sociedad y el reconocimiento de que somos todos parte del problema y de la solución a la vez.

Un gobierno que pretende seguir haciéndole creer a la gente que en Colombia no hay paz únicamente porque unos terroristas decidieron un día cualquiera irse al monte a echar bala, es para mí la misma cara de esa persona que se pega al pito cuando el bus se le atraviesa y le cierra el paso por recoger a un pasajero en un sitio indebido, pero que guarda en la guantera un insulto para cuando alguien en su derecho le reclame algo. Por eso me inclino más a la postura de abrir el diálogo; porque sentarse en la mesa ya implica reconocer que uno es parte del problema.

Así que sin entrar en mayores detalles y pese a lo mucho que detesté muchas de las políticas de Santos durante estos cuatro años, le voy a dar mi voto este domingo. El solo hecho de que el gobierno agache un poco la cabeza invitando a la reconciliación es para mí símbolo de algo que aquí deberíamos entender todos, y es que aquí en Colombia no hay paz no solo porque algunos decidieron ir al monte a apoyar a una u otra guerrilla sino porque aquí nadie es capaz de pedir perdón.

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